"El vendedor de silencio", de Enrique Serna.

Nunca me aburrí al leer esta novela biográfica sobre el periodista Carlos Denegri porque es un reflejo de la parte podrida del periodismo mexicano y, ¿por qué no?, de parte de su sociedad.

No sólo es un compendio de las deleznables prácticas de una parte del periodismo mexicano que se vende al poder, sino de la tragedia humana de un tipo que se degrada desde joven: va perdiendo sus ideales hasta prostituirse profesionalmente para mantener un alto nivel de vida que satisfaga a su rampante ego.
En la columna de Denegri prácticamente se decidía la suerte laboral de los políticos, artistas y figuras públicas del México en las décadas de 1940s a 1960s. Sus vidas estaban atrapadas en el archivo personal del reportero de "Excélsior" para ser sometidos a chantaje.
El autor hilvana bien lo que es la degradación profesional del periodista con su debacle moral porque detalla la brutal violencia doméstica que ejercía contra sus novias y amigas al ningunearles sus derechos políticos o sobajarlas en público. Mas no solo era Denegri, sino toda la casta política de entonces que se apropiaba de novias y esposas ajenas a manera de trofeo, incluso secuestrando y deportando a los esposos, sin respetar la frágil legislación mexicana.

Carlos Denegri llegó a ser el periodista más temido de su tiempo dada la cercanía que mantuvo con el gobierno, la cual se acabó con la llegada a la presidencia mexicana del nefasto Luis Echeverría quien tenía su propio séquito de sicarios mediáticos. Dejó toda una escuela de malas prácticas en todo sentido, pues dicho sicariato mediático continúa vigente a la fecha, con otros métodos. Uno no puede sino sentir repugnancia hacia la prepotencia con la que compraba voluntades en mandos policiales, amenazaba sutilmente a gobernadores y maltrataba a las trabajadoras domésticas a su servicio.

Por fortuna, México también ha dado glorias periodísticas como Lydia Cacho, Carmen Aristegui, Anabel Hernández y muches más.

Editorial Alfaguara.

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